Esa mirada

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Cuanto mayor me hago menos me gustan las abstracciones y las vaguedades, menos me fío de ellas. En la política y en la literatura lo que busco y exijo es la precisión. Al pan pan, y al vino vino. Los tiranos y los ideólogos son vendedores de humo que acaban siempre envolviendo en una niebla de palabrería la crueldad tangible de sus propósitos. Palabras como “pueblo” esconden siempre una trampa, y da igual si se usan afirmativa o negativamente. Esas apelaciones a colectividades  vaporosas que no tienen una imediata traducción estadística o legal me hacen saltar todas las alarmas. Yo no sé cómo son los españoles, igual que no sé cómo son los americanos, o los turistas, o los escritores, o los aragoneses, o los obreros, o las mujeres. Lo más que puedo llegar a saber es cuántas personas han votado una cierta opción en unas elecciones, o cuántas cumplen los requisitos legales que atestiguan una ciudadanía. La ciudadanía puede cambiar, igual que el voto. Nadie está condenado a ser nada por nacimiento. Nadie nace elegido.

Creo que es urgente esforzarse cada día en no aceptar ninguna abstracción. Yo no sé cómo sería o cómo será una sociedad perfecta. Sé que hay cosas concretas que hacen la vida mejor para la mayoría de las personas, y otras que benefician a unos pocos a costa de los demás, y otras que aunque suenen prometedoras en su enunciación han traído consigo duraderas catástrofes. La inteligencia humana es limitada y falible: lo que es útil o beneficioso hoy puede ser dañino dentro de poco; quien gobierna bien puede corromperse, o perder el sentido de la realidad. Por eso es mejor un sistema democrático en el que el poder esté repartido y en el que todo es revisable cada cuatro años, y nace sometido al imperio de la ley común.

Ahora, con el final anunciado del terrorismo, arrecian las vaguedades y las abstracciones. Es más importante que nunca obstinarse en lo concreto, en el examen riguroso del sentido de cada palabra, en poner caras y nombres. Violencia, lucha armada, conflicto, es ese hombre que en 2001 subió a su furgoneta en Navarra y al ponerla en marcha estalló una bomba y su mujer lo vio arder vivo en la acera. Héroes, gudaris, presos, son esos desalmados que diez años después de su crimen miran con jactancia a la viuda. Coraje no es una vaga hombría testicular o temeraria o asesina: coraje es esa mujer deteniéndose a mirar a la cara con plena serenidad a quienes están siendo juzgados por aquel crimen. Justicia es que el proceso se ajuste escrupulosamente a la ley, y que esos hombres, si se les encuentra culpables, cumplan la condena debida, con todas las garantías, con toda la firmeza con que la legalidad democrática castiga el delito infame de quitar una vida, la de alguien que nunca es una abstracción. Pero antes de matarlo fue preciso que le borraran la identidad personal para sumergirlo en una generalización que hiciera más fácil y hasta más justificable el crimen: un invasor, un sicario del pueblo enemigo, un español, un extranjero, un renegado.